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jueves, 18 de febrero de 2016

Mitos y Leyendas Argentinas

Amovindo (juaniqui)

Nos cuenta Félix Coluccio que este personaje de las costas del río Salado, en Santiago del Estero, debió vivir alrededor de 1785.

Este shalaco tenía campos y gran fortuna, con tesoros guardados en tinajones y ataúdes, los cuales, enterrados, ocultaban oro, plata y demás bienes de valor incalculables. Se cuenta que lo visitaba un ser que vivía en la selva con varias formas, a veces como hombre, otras como toro con crines brillosas y astas doradas, y que se paseaba por todo el pago que formaban parte de Bandera Vieja, balando de una forma muy particular.
Cuando muere Amovindo, el millonario estanciero, el toro llegó y reuniendo en un santiamén los animales del lugar, se alejó llevándoselos hacia el monte.



Anta              

                 

   Este magnífico animal (tapirus terestris), llamado Tapir o Gran Bestia, habita en lazona del litoral argentino y de los grandes ríos. Según relata J.B.Ambrosetti, este animal se alimenta solamente de ramas y frutas porque cuando el Creador le dio vida a los animales, les preguntó que les gustaría comer. El Anta, por tener sus orejas muy pequeñas, no oyó; y fue presuroso a preguntarle a Kadjurukré que debía comer, entonces este le dijo, de mala gana: "vayan a comer hojas y ramas de los árboles".
Nos dice Félix Coluccio, que en la zona de Misiones, la gente afirma que las correas hechas con el cuero de este animal, transmiten su extraordinaria fuerza al que lo posee, además se usa su pezuña triturada o pulverizada para los males del corazón y para detener las hemorragias del parto.

Árbol de Sal 

Los mocovíes, indígenas del norte argentino, conocen un helecho llamado Iobec Mapic, al que muchos confunden con un árbol, por que tiene un gran porte y puede llegar a los 2 metros de altura.
Dice la leyenda que cuando Cotaá (Dios) creó el mundo hizo esta planta para que alimentara al hombre; la planta se expandió rápidamente y fue de gran utilidad para la humanidad que la consumía agradecidamente.
Neepec (el diablo), sintió envidia de ver lo útil que era esta planta y se propuso destruirlas a todas, de la forma en que fuese necesario y posible.
Se elevó por los aires y fue a las salinas más cercanas, llenó un gran cántaro con agua salada y los arrojó sobre las matas con la intención de quemarlas con el salitre.
Fue entonces que las raíces absorbieron el agua; la sal se mezcló con la savia y las hojas tomaron el mismo gusto.
Cotaá triunfó una vez más porque la planta no perdió su utilidad, ya que con ella sazonan las carnes de los animales salvajes y otros alimentos...

entre otros.. 

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